Un día me regalaron una rosa, la primera que había recibido en mi vida, la cargué y acaricié durante todo el día como si fuera un perro, o como si fueran sus manos, mi sudor hizo que doblara sus hojas, y a falta de florero mis manos fueran su único sosten, la tomé del tallo y la guardé en un libro, despúes devolví el libro y la guardé en otro libro, y en otro libro y en otro libro.
Y sin querer, la rosa se había convertido en mi separador.
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